Retrotrayéndome a los primeros años de mi infancia, vividos en el “picacho”, una zona ubicada en el mismo corazón del ecosistema “Quita Espuelas” de la cordillera Septentrional, vienen a mi mente las labores agrícolas de toda mi ascendencia, determinando, sin lugar a dudas, mi origen campesino, de lo cual estoy muy orgullosa.
Para mi formación humana, creo que haber vivido mis primeros años en el campo constituyó una gran ventaja educativa, porque cuando me tocó la escuela en la ciudad tenía conocimientos de biología, botánica y de muchas cosas que mis amiguitos desconocían.
De mis primeros conocimientos recuerdo que lo primero que vi fue el gran huerto de la casa de mi abuela, donde se cultivaban todos los tipos de vegetales y las crianzas de gallinas, cerdos, caballos, vacas y demás animales que los de la ciudad apenas podían ver en los libros.
En un reciente viaje a España vimos unos enormes campos cultivados de mostaza; sus flores amarillas me resultaron inconfundibles porque en el huerto de mi abuela las había. El ecosistema y el microclima del bosque húmedo, con temperaturas bajo los 20 grados, permite el cultivo de la especia.
Traigo toda esta referencia en vista de que se habla de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), que, de sus 17 puntos, el número 12 contempla la producción y el consumo sustentable, lo que nos lleva a pensar en la Reforma Agraria que se inició en el país hace 56 años.
La historia de la Reforma Agraria comenzó en el año 1962, con una ley firmada por el gobierno provisional que presidio Rafael F. Bonelly, que continuó en el gobierno de Bosch, siendo don Antonio Guzmán Fernández el ministro de Agricultura a quien se le atribuye el fomento de la producción arrocera como la conocemos hoy.
El empuje más grande que se le dio a la Reforma Agraria ocurrió el 22 de marzo del año 1977 con la aprobación de la Ley 5879, que creó el Instituto Agrario Dominicano. Los preámbulos de esa ley son verdaderamente democráticos, concebidos con el espíritu de justicia Social.
20 años después, en el 1997, a la ley que creó el IAD le fueron modificados varios artículos y por primera vez se incluyó a la mujer como parcelera, beneficiaria de la Reforma Agraria, dueña de títulos y hasta obrera agrícola.
Desde 1966, en los discursos políticos se proclamaba la Reforma Agraria como una acción para reducir la desigualdad en el campo, luego se habló de la nueva Reforma Agraria y todavía se continúa la entrega de títulos de propiedad a los campesinos. Para la época se vio la Reforma Agraria como política de contrainsurgencia para controlar posibles focos subversivos en los campos, según una tesis consultada de un estudiante de agronomía de la UASD.
En 1966, la mayor parte de la población vivía en el campo, todo lo contrario, a lo que ocurre ahora, donde las ciudades cargan con el mayor peso poblacional.
¿Qué ha pasado con la Reforma Agraria, qué ha ocurrido con la gran cantidad de título que se otorgan a los campesinos? ¿Dónde están los indicadores de éxitos de esa reforma?
Una historia de éxito de la Reforma Agraria pudo haber sido la reducción de la migración del campo a la ciudad, más producción para el consumo local y para la exportación, en cambio, los campesinos emigraron a las ciudades, muchos vendieron sus parcelas para emigrar al extranjero porque a la Reforma Agraria le faltó integrar factores para el desarrollo humano que todavía no se dan en nuestros campos.
Por Altagracia Paulino
Fuente: Periódico Hoy