Por Altagracia Paulino
Los alimentos genéticamente modificados o transgénicos generaron una gran polémica global a finales del siglo pasado y principios del presente. La incertidumbre que despertó la inserción de un tercer gen, distinto a la naturaleza de productos principalmente vinculados a la alimentación, podía generar daños a la salud, y el temor por la desaparición de los genes de productos ancestrales, los cuales han sostenido la cultura alimentaria de los pueblos a través de los siglos.
Tal es el caso del maíz, el cereal con el que se han sostenido los habitantes de México, Mesoamérica, los andinos de Perú, Bolivia y Ecuador entre dos mil y cuatro mil años antes de nuestra era.
El maíz ha sido garante de la seguridad y soberanía alimentaria de una vasta población; por la nobleza, diversidad, nutrientes y micronutrientes de su composición, los pueblos de donde es originario han denominado la palabra maíz como “el que sustenta la vida”.
El maíz fue llevado a Europa por los colonizadores entre los siglos XVI y XVII, y se habla de que la llamada “venganza de Moctezuma” tuvo su origen cuando los españoles conocieron el maíz y lo trataron como al trigo, con resultados catastróficos. Después aprendieron a utilizarlo produciendo una especie de revolución agrícola en el viejo continente.
El maíz es de ciclo corto, su producción es de entre cien y ciento cincuenta días, de modo que en el verano se produce en los países de clima templado y se estima que es el cereal mas producido en el mundo.
La aparición del maíz transgénico significó una gran amenaza para la soberanía alimentaria de los países originarios, ya que la semilla modificada genéticamente solo produce una sola vez, mientras que la semilla tradicional tiene el ciclo con el que ha pervivido a través de miles de años.
Durante más de 20 años las organizaciones de consumidores, ecologistas, campesinas, académicas artísticas y Greenpeace, han defendido el cultivo ecológico del maíz, por lo que el Gobierno de México se anotó un tanto a su favor al prohibir el cultivo de maíz transgénico y el uso del glifosato en la agricultura de ese país, con un desmonte paulatino hasta el 2024.
“Con el propósito de contribuir a la seguridad y a la soberanía alimentarias y como medida especial de protección al maíz nativo, la milpa, la riqueza biocultural, las comunidades campesinas, el patrimonio gastronómico y la salud de las mexicanas y los mexicanos, las autoridades en materia de bioseguridad revocarán y se abstendrán de otorgar permisos de liberación al ambiente de semillas de maíz genéticamente modificado”.
Así expresa el decreto emitido por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Los consumidores globales lograron una gran victoria en el año 2011, cuando el presidente Barak Obama dispuso que fueran etiquetados los alimentos que contengan elementos genéticamente modificados, para que sea una opción de los consumidores elegirlos o no.
Desde entonces, en las ofertas del mercado aparecen con la información “libre de OGM”, con lo que se cumple el derecho a la información contemplado en la declaración de los derechos de los consumidores.
Al principio, los productores de alimentos transgénicos se oponían a que fueran etiquetados, por el temor al rechazo de los consumidores, ya que como fenómeno nuevo había que preservar el principio de precaución, dadas las consecuencias inciertas en la salud y en la agricultura.
El maíz para las “palomitas” tiene características propias; se produce en el centro y norte de México, y si no son modificadas el sabor es diferente.