Después de más de 30 años tratando sobre los precios de los productos básicos, resulta agotador reiniciar nuestro cerebro para volver a lo mismo como si se tratara de una moda que va y vuelve, como los ejes de una rueda que se vuelven infinitos, o como las paralelas que nunca se juntan, así es el comportamiento de los precios, más en la economía de mercado, que no permite controlarlos.
El Banco Central ha dicho que las alzas de precios son temporales, que no afectan a todo el país, sino a la zona metropolitana, pero las amas de casas recuerdan la sabia filosofía popular “lo único que baja y sube es un ascensor, los precios no”.
Es así. Los precios no son estables, varían mucho y siempre hacia el alza, salvo algunos productos de temporada, como ejemplo el aguacate, que tuvimos desde agosto, el criollo que debemos esperar un año para saborearlos lo compramos bien baratos en septiembre y octubre. Ya subieron porque se acabó la “cosecha”.
Ahora debemos acogernos a los injertos que se ofertan todo el año a precios a veces inalcanzables.
Lo mismo ocurre con el plátano, ese manjar de nuestra cultura alimentaria, que en otoño e invierno tiende a escasear, por lo que se reduce la oferta y la demanda aumenta, lo que crea incertidumbre y genera ansiedad y un efecto de angustia que afecta con mayor fuerza al consumidor compulsivo.
Si los dominicanos consumimos más de dos mil millones de unidades de plátanos al año, según datos del 2011, es posible que, tras 9 años, la demanda sea mayor y el precio al que aparece resulta escandaloso, y es un ingrediente para pegar el grito al cielo si su junta con la “compaña”, el huevo, que también subió y la libra de pollo, es para preocuparse.
En el 2012, la libra de pollo costaba 35 y 45 pesos, lo recuerdo muy bien porque debimos intervenir a ver si el producto se abarataba (era directora en PROCONSUMIDOR), y ¿qué pasó? Se elevó a más de 56, volvió a subir y se quedo entre 60 y 65 pesos la libra por un buen tiempo y ahora tiene 10 pesos más, 75 pesos.
Hay factores internos y externos que cíclicamente se producen para justificar el alza: el precio del dólar para la compra de la materia prima, el gran consumo de maíz y soja de China (el maíz es originario de Perú y Mesoamérica”) y es materia prima para la producción de alimentos para el pollo y el cerdo.
El factor interno tiene que ver mucho con la intermediación. Los productores y los consumidores son los grandes perdedores porque los intermediarios se llevan las ganancias y hasta fijan los precios.
Es por esta razón que, a través del Observatorio Nacional Para la Protección del Consumidor (ONPECO) propusimos al gobierno, en marzo, que debían tomarse medidas para evitar la especulación con los precios y la escasez de alimentos que podría producirse como consecuencia de la pandemia.
En ese momento la respuesta fue que eso no iba a ocurrir, sin embargo, son los propios comerciantes que preocupados por las bajas en las ventas reclaman al gobierno una mesa de diálogo para enfrentar el alza.
Esa mesa la propusimos en marzo antes de que el gobierno anunciara las medidas para enfrentar el COVID-19, porque este país es de todos, y como un barco, debemos tratar de mantenernos a flote, porque si el barco se hunde, nos iremos todos. El diálogo se impone por lo menos para frenar el alza de los alimentos.
Altagracia Paulino