Por Altagracia Paulino
Los pastores Joel Diaz y Elisa Muñoz, asesinados “por error” la noche del 30 de marzo, solo porque el vehículo en el que transitaban se parecía a uno en el que supuestamente circulaban unos asaltantes que habían cometido un atraco, es una muestra de lo que, en esencia, es la institución del orden, que según su postulado está para “salvar vidas y propiedades”.
Los agentes dispararon tras las víctimas obedecer a la orden de detenerse, de acuerdo a un testigo que sobrevivió al atentado. Las muertes de estos jóvenes es solo la punta del Iceberg, pero ese tipo de asesinatos por “error” hace bastante tiempo que se comete en este país, donde el cuerpo del orden no observa las reglas que son vistas hasta en las películas.
Las muertes por “error” por parte de agentes de la policía es uno de los indicadores que motivan que el país sea calificado dentro de las naciones donde no se respetan los derechos humanos. El repudio al hecho no se hizo esperar y el propio presidente mostró su rechazo e indignación y, de inmediato, expresó su determinación de una reforma en la Policía.
Los gobiernos se comprometen con la llamada reforma policial y de hecho se cambió de “jefe de la Policía a Inspector General de la Policía Nacional”, como fruto de la última reforma de la Policía y, pese al terror de los ciudadanos, las cosas han empeorado.
El protocolo con el que debe actuar la Policía está establecido en el artículo 276 del Código Procesal Penal donde figuran las reglas básicas para apresar a una persona, entre ellas identificar a quien va a arrestar y otras normas donde figuran la prohibición del uso de las armas, excepto si hay peligro y resistencia.
“Abstención del uso de las armas, excepto cuando se produzca una resistencia que coloque en peligro la vida o la integridad física de las personas. O con el objeto de evitar la comisión de otras infracciones, dentro de lo necesario y la proporcionalidad”.
El CPP establece también: que no aplica instigar o tolerar actos de tortura, tormentos u otros tratos o castigos crueles, inhumanos o degradantes y no permitir la presentación del arrestado a ningún medio de comunicación social o a la comunidad e informar a la persona, al momento de su arresto, de su derecho a guardar silencio y a nombrar su defensor. Hasta aquí un bello poema y actuaciones de películas, pero nunca concebidas en la realidad y mucho menos en la mentalidad de nuestra policía, acostumbrada a las ejecuciones extrajudiciales como destaca el informe del Departamento de Estado.
En una de mis entregas escribí que soñé con una escuela de policías, donde fueran contratados los que mejores notas obtuvieran para que no sean “enganchados” delincuentes, como ha ocurrido. Cuando escribimos sobre ese “sueño” había un gran rosario de agentes vinculados a múltiples delitos. No había un hecho delictivo incluyendo atracos, socios de puntos de drogas, sicariatos donde no figuraba un agente.
Históricamente hemos tenido una policía represiva, a la que hay que temer siempre, no el aliado que pagamos para que nos proteja. Es una cultura basada en el maceteo, en la complicidad y en la represión y como tal, deberemos esperar no una reforma policial, sino un cambio radical en la formación de los agentes llamados a proteger vidas.
Sigo soñando una escuela de Policía, con agentes con vocación de servicio, formados para defender la vida, no para arrebatársela a alguien por “error” o sospecha.