¿Por qué gritamos?

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El grito, ese desagradable sonido que nos sale de dentro ante una situación de peligro, un susto, un momento de mucho estrés o de felicidad desbocada. No solemos pararnos a pensar por qué nos brota de forma tan espontánea ante un golpe (sea grande o pequeño), un sobresalto (aunque te encantan las pelis de terror) o un momento de alegría (un gol de tu selección), pero si estás aquí es porque tienes la duda, y nosotros vamos a resolvértela (sin necesidad de levantar la voz).
Los humanos –y gran parte de los animales– tenemos el grito como uno de los instintos más primitivos, con él podemos lanzar una señal de advertencia, transmitir una situación de peligro o demandar la atención cuando somos bebés y no podemos articular palabra. Y es que, según un estudio realizado por la Universidad de Nueva York, y que se ha publicado en la revista Current Biology, nuestro cerebro no procesa de la misma manera los gritos que cualquier otro ruido.

Los gritos no son procesados de la misma manera que otro ruido, por eso en cuanto oímos un chillido nuestro cerebro sabe que existe un peligro.

Al parecer, cuando tenemos una conversación con una persona, nuestro cerebro trabaja para identificar su género, su edad y su personalidad aproximada, con el fin de crear un contexto. Sin embargo, cuando oímos un grito, el proceso es completamente distinto. El sonido viaja directamente desde el oído hasta la amígdala cerebral, una parte del cerebro encargada de recepcionar los ruidos con esas modulaciones y de procesar la información de peligro.

A esto hay que sumarle que cuando hablamos de manera normal, nuestras velocidades de modulación están entre los cuatro y los cinco hercios, no obstante, cuando emitimos un alarido, esas cifras aumentan desde los 30 hercios hasta los 150. Además, el sonido tiene una rugosidad que lo hace más o menos molesto, y se debe a las variaciones rápidas de las frecuencias. Pero este tipo de rugosidades no son solo propias de los humanos o de los animales, sino que son empleadas en las frecuencias de objetos como los despertadores o las alarmas del hogar, de esta manera, el cuerpo de manera instintiva reaccionará a ellos con una mayor rapidez.

Chillar como instinto de protección

Los gritos tienen otra función natural, y es la de protegernos de los depredadores fomentando el miedo en el adversario. Así, un grito potente puede inducir temor en el oyente, lo que podría causar que éste cesara en el empeño de atacarnos. Por tanto, podríamos entender los chillidos como un arma integrada en nuestro organismo y como un método de alerta a los demás de un inminente riesgo.

Pero existen varias teorías sobre el porqué de los alaridos, y en otra de ellas el instinto de supervivencia también está implicado. Y es que, cuando gritamos también se puede entender como un sonido de reclamo de ayuda procedente de los demás, una llamada para que nos presten auxilio y puedan localizarnos aunque no nos vean.

Shout Therapy: los gritos como catarsis

Además de los gritos entendidos como una señal natural de alarma o de defensa, también son una forma de dejar salir diversas emociones que son difíciles de expresar con palabras, como la ira, el estrés, la emoción o el dolor. Es muy común chillar al darse un golpe o hacerse una herida, incluso parece que el dolor se va antes si lo hacemos, como si fuera un catalizador.

Por eso, ya ha nacido una terapia que consiste en chillar para sentirse mejor: la Shout Therapy. Esta curiosa forma de desahogarse puede realizarse después de un día duro o al comienzo de la jornada como método preventivo –quién sabe si hubiera relajado los ánimos de Michael Douglas–. La función de esta técnica es la de regular el sistema nervioso utilizando los gritos y la respiración controlada como una forma de liberarse de la tensión acumulada. Su origen viene de la India, donde es común encontrarse por las mañanas a grupos de personas en parques mientras alzan los brazos y generan un mismo sonido.

La mejor manera de ponerla en práctica es acudir a un paraje natural, como la montaña o la playa –a poder ser alejado de la civilización si quieres evitar que los vecinos avisen a la policía– y comenzar con una sesión de meditación y control de la respiración. Después solo tendrás que pensar en todo aquello que te frustra y lanzar un alarido liberador, puedes hacerlo tantas veces como necesites. Eso sí, debes hacerlo con cuidado, pues puedes dañar las cuerdas vocales.

Para hacerlo correctamente, haz un calentamiento previo –como hacen los cantantes– empieza de menos a más, puedes entonar las notas para hacerlo más fácil. Después, cuando vayas a gritar asegúrate de que abres mucho la parte posterior de la garganta y diriges el sonido desde el diafragma hacia la nariz. Debes apoyar el grito desde el diafragma, respirando por debajo del estómago y utilizando este músculo para contener el aire. Ya solo tendrás que dejar salir lo negativo para dejar paso a lo demás… y esperar que llegue la calma.

Fuente: WebConsultas.com

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