Los Reyes Magos hicieron magia en mi niñez

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Por Altagracia Paulino 
Una noche larga del invierno, víspera del Día de Reyes, llegó a mi casa un hermano mayor de mi papá, justo a la hora de la cena, con una capa negra con la que se cubría de la lluvia. Él era alto, y a mis 5 años me parecía un ser de otro mundo y sentí un miedo que se diluyó cuando se despojó de la capa y mi madre mencionó su nombre y lo invitó a compartir la cena.Él iba de paso, pero el agua que caía de manera impetuosa frenó su intento de seguir su cabalgata hasta llegar a su casa donde lo esperaban su esposa y sus hijos. Le comentó a mi madre que los Reyes Magos tendrían problemas para transitar esa noche oscura, con un torrencial aguacero y los caminos llenos de lodo y fango.

Mi madre le recordó que eran magos y se la ingeniarían para llevarles los regalos a los niños que se habían portado bien. Luego de la cena, mi madre ofreció un té de jengibre para amortiguar el frio intenso del invierno en la Loma de la Joya, donde nací, un lugar que forma parte del ecosistema de la loma Quitaespuela, esa montaña que se observa al frente de la entrada de San Francisco de Macorís.

Cuando por fin el agua mermó su intensidad, el tío decidió irse y pidió que les prestaran una linterna porque a las seis de la tarde ya era de noche y era complicado seguir a oscuras. Mi madre me mandó a buscar la linterna, la cual guardaba en un “macuto” grande ubicado en un rincón de su habitación, cuando entré quedé pasmada, casi sin habla, porque al lado del “macuto” había una muñeca y otros juegos.

De repente di rienda suelta a la imaginación y lo único que se me ocurrió pensar fue que por la lluvia los Reyes habían llegado temprano, y como eran magos entraron por un orificio de la puerta sin que nadie se enterara. Decidí no decir nada, ni a mi hermano, por temor a que los Reyes se llevaran los regalos.

No “encontré” la linterna, le dije a mi madre que tenía sueño, me acosté a dormir para que amaneciera temprano y poder descubrir mis regalos. Al amanecer del día siguiente, ya con la luz del sol, descubrí debajo de mi cama que los Reyes Magos se habían llevado la “yerba de guinea” para los camellos y me habían dejado una rubia muñeca, unos zapatos blancos, varios pares de medias y un precioso vestido blanco con rojo de una tela que le decían arroz con coco.

Es fantástico cómo funciona el cerebro, las huellas de los caballos eran siempre las mismas en los caminos llenos de lodo, pero las de los “camellos” de los Reyes resultaban más grandes, mejor marcadas, porque para andar por esos caminos los camellos debían ser enormes, mucho más grandes que los caballos que conocíamos.

Nos dijeron que los Reyes eran magos, que se podían volver del tamaño de una hormiga y penetrar a las casas a dejar los regalos, que andaban en camellos (no teníamos televisión ni idea de lo que era un camello), y nos decían que los camellos eran los caballos de los Reyes y de eso teníamos la imagen que veíamos en el nacimiento que montaban en la iglesia. Eran miniaturas.

Mi secreto de los Reyes Magos lo mantuve por muchos años y alimentado por mis padres, mis tías y abuela el mito contribuyó a esperar con alegría la magia y el misterio de la Navidad.
Fuente: El Periódico Hoy 

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