Contaminación acústica

Contaminación acústica

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La contaminación acústica es la acumulación en el ambiente de ruidos excesivos que pueden ocasionar riesgo o daño en la salud de las personas. Está causada, en su mayoría, por las actividades que realiza el hombre. Existen gran cantidad de ruidos a nuestro alrededor con múltiples procedencias, desde el coche que pita, unos 90 decibelios que soportan los oídos, hasta el ruido que causa la lluvia al caer, aproximadamente unos 70 decibelios. El tráfico masivo, las industrias, los bares, las obras y, en general, todo el exceso de sonido, a pesar de no acumularse como otros tipos de contaminación, también pueden interferir gravemente en la calidad de vida de las personas.

Los expertos indican que estar expuesto a sonidos intensos durante largos periodos de tiempo puede provocar grandes problemas a nivel fisiológico y psicológico. Entre los principales se encuentran los daños auditivos, además de cefaleas, insomnio e incluso vértigo y dificultades en la atención y en la memoria. También se están llevando a cabo numerosos estudios para determinar cómo afecta el ruido a las embarazadas y a los niños, ya que, entre otros daños, podría interferir en el tamaño del feto al nacer.

Tampoco hay que olvidar los problemas que provocan las tecnologías, según la OMS unos 1.100 millones de jóvenes tienen el riesgo de padecer pérdida de audición por el abuso del volumen del sonido el teléfonos móviles y aparatos de música, y por la exposición a ruidos intensos en lugares de ocio.

La rutina del ruido

7:00 – ¡Ya está bien! ¿Cuando se dará cuenta el vecino que tocar el claxon para que bajen su mujer e hijos de casa no es lo más apropiado para la salud mental del vecindario? Qué son 90 decibelios (dB) que me llevo de sobresalto todas las mañanas.

8:00 – Como no podía ser de otra manera, para desayunar me trago el atasco en la A-6, mientras paso de primera a segunda y vuelvo a primera otra vez, pienso en la pobre gente que vivirá cerca de aquí (se tienen que aguantar con unos bonitos 80 dB de ruido todas las mañanas).

9:30 – Llego a la oficina, por lo menos los cristales están insonorizados, porque no me quiero imaginar el ruido que deben hacer los conductores enfurecidos por llegar a su destino, los camiones de reparto y los motoristas varios que circulan por la urbe. Pero tampoco aquí reina el silencio, además del “trun-trun” que hacen las impresoras, los teléfonos, faxes, las conversaciones ajenas, los móviles y sus tonos para friquis y las máquinas de café y snacks, hoy me toca reunión de equipo.

10:30 – Mi jefe es un gritón, nunca le debieron explicar lo que es hablar tranquilo y sosegado, así que nos mantiene durante dos horas en un bonito nivel del 70 dB con su conversación en voz más que alta. Aún así, hoy está tranquilo, porque sus gritos pueden ser más agudos que los que daba la Castafiore (y ya advirtió el físico y otorrinolaringólogo, Alfred Tomatis, que una cantante de ópera podía llegar hasta los 150 db en plena acción).

14:30 – Es la hora de comer y llueve, así que nos hacinamos en el restaurante más próximo a la oficina para degustar el menú del día. El problema es que entre el ruido de la lluvia (70 dB) y las comandas del camarero, todas las voces del local suben de tono (70-100 dB) y aquello se convierte en un espacio peor que el de ¡Sálvame Deluxe! Si es que ya no puede uno ni comer tranquilo.

19:00 – Salgo de la oficina, cojo el coche y me meto en otro delicioso atasco volviendo a casa, eso sí, esta vez con un poco de ruido gratis (no se me vaya a hacer monótono el día) producido por una sirena de policía que tiene un poco más de prisa que el resto por llegar a casa. Esto son 100 dB más para el caballero. Uno de los carteles luminosos avisa de la contaminación que producen los tubos de escape, pero digo yo que casi es peor esta contaminación invisible que sufrimos sin darnos cuenta a diario.

20:00 – Ya en casa y casi con las pantuflas en los pies, me llama un amigo para que acuda a un concierto que da esa misma noche. “Venga que tocamos los clásicos del rock, anímate”. Así que me enfundo en mis vaqueros y camiseta preferidos y acudo al antro-bar donde toca mi colega, y ya sólo con el primer riff de guitarra sé que me esperan unos angustiosos bonitos 120 dB más pa’ el body.

23:00 – Estoy agotado, ya no sólo por el día tan largo que llevo, sino por la cantidad de ruido de más que llevo encima. Mientras subo medio sordo por el ascensor, sólo puedo rezar porque mi compañera de piso se apiade de mí por no haber hecho la compra y no me reciba con unos 100 dB más producidos por sus gritos…

Está claro, la contaminación acústica está entre nosotros…

Daños en la salud más allá de los oídos

Y ya no hablamos sólo de la salud de nuestros oídos, según la Organización Mundial de Salud (OMS), el ruido del interior de un vagón de metro o el de una calle con tráfico intenso nos producen molestias, agitación de la respiración, aceleración del pulso y taquicardias, además de un aumento de la presión arterial y dolor de cabeza. De hecho, en un reciente estudio, la OMS asegura que el exceso de ruido en las ciudades provoca 50.000 infartos cada año en Europa.

Pero esto no es todo, muchas veces nos tenemos que enfrentar a ruidos más penetrantes (la sirena o el claxon de un coche, la música de una discoteca, el martillo pilón de una obra o el ruido de un petardo que estalla cerca nuestro) y estos más de 85 dB serían los causantes de secreción gástrica, gastritis o colitis; aumento del colesterol y de los triglicéridos (lo que puede aumentar el riesgo cardiovascular), así como de la subida de los niveles de glucosa en la sangre, lo que puede ocasionar graves problemas en los diabéticos.

Si no quieres irte tan lejos piensa en lo nervioso que te pones con esos ruidos, la agresividad que acumulas, el aumento de la tensión muscular y de la presión arterial, el nerviosismo o la dificultad que tienes para conciliar el sueño. Ahora piensa la cantidad de veces que te enfrentas a estos ruidos a diario y cómo estás maltratando tu salud.

 

Fuente: WebConsultas

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